La vida después del birrete
Porque graduarse no es el final: es solo otra forma de empezar
Anoche volví a sentarme en el mismo auditorio donde me gradué hace seis años. Esta vez no me tocaba a mí. Mi hermana del medio se graduaba del mismo colegio, con la misma toga y birrete, la misma marcha de entrada, en las mismas sillas azules. Su promoción era igual de chiquita que la mía. Solo 27 estudiantes. Ya con eso uno sabe que si no te caía bien alguien, estabas fregado. Pero en los últimos años de bachillerato, algo pasa: uno deja de pelear tanto, se empieza a despedir en cámara lenta y, sin darse cuenta, comienza a ver con más cariño incluso a los que antes ignoraba.
Mi hermana fue la valedictorian. Dio un discurso bellísimo. Lloramos todos. Habló del valor de la educación, y yo sentí que me estaba hablando directamente a mí, sentada ahí entre los aplausos. Mencionó cómo eso es lo único que nadie te puede quitar. Y es verdad. Te pueden quitar la casa, el negocio, el dinero, hasta tu familia. Pero lo que uno ha aprendido se queda contigo. Hasta si te matan, la educación se muere contigo. Y si tienes suerte, si eres generoso, si compartes lo que sabes con alguien más, entonces tu educación se multiplica y se vuelve legado.
Eso fue lo que mi papá siempre nos repitió a las tres: “Ustedes estudien, que eso es de ustedes”. En Venezuela, un país donde muchas cosas se pierden o se rompen o se van, saber que lo que está en tu cabeza es tuyo, se siente como una tabla de salvación. Nadie nos puede quitar lo que entendimos, lo que razonamos, lo que nos apasionó.
Pensé mucho anoche en mi propia graduación del colegio, en el 2019. Fue un año raro. El país tenía apagones constantes. No sabíamos si íbamos a tener ceremonia porque ni las plantas eléctricas estaban funcionando bien. Si se iba la luz, era game over. Pero no se fue. Y fue mágico. El auditorio se iluminó, los discursos salieron del alma, lloramos como si se acabara el mundo y después bailamos hasta el amanecer. Literalmente. Me fui a dormir como a las once de la mañana del día siguiente. Estábamos agotados, emocionados, y listos para el salto al vacío.
Yo me sentía lista. Quería irme a estudiar mi carrera. Sabía a dónde iba. Tenía plan. No paré mucho a pensar en lo que estaba dejando atrás. No le hice demasiado duelo a mis once años en ese colegio. No pensé en cómo me iba a doler no ver más a los mismos rostros todos los días, ni a las profesoras que me vieron crecer, ni a los recreos con empanadas, ni a los pasillos llenos de carteleras. Anoche sí lo pensé. Y cómo lo extrañé.
No es fácil pasar más de una década con las mismas personas. Nos veíamos las caras todos los días, de lunes a viernes, desde segundo grado hasta el ultimo en mi caso. Desayunábamos juntos, hacíamos tareas juntos, viajamos, nos gritábamos, nos perdonábamos. Nos conocíamos más de la cuenta. Y aún así, seis años después, lo que queda en mí son las memorias más dulces. Las tonterías que nos hacían reír, los recreos eternos, las clases que nadie entendía pero todos fingíamos que sí. La adolescencia compartida tiene algo sagrado.
Después me gradué de la universidad el año pasado. Ahí sí me pegó diferente. No tenía trabajo. No tenía plan. Solo una maleta llena de maquetas destruidas, ojeras profundas y el cerebro agotado. Pero estaba feliz. Feliz porque sabía que había sobrevivido. Porque sí: el colegio fue difícil, sobre todo con el Bachillerato Internacional, pero nada se compara con 10 semestres de diseño arquitectónico. Noches enteras sin dormir. Láminas, presentaciones, críticas. Un ciclo eterno de empezar de cero. Uno aprende, sí. Pero también se rompe un poco.
Lo que me salvó durante la carrera fueron mis intereses. Esas pequeñas luces que uno a veces no ve, pero que cuando todo se pone oscuro, ahí están. Para mí, fue escribir, leer, escaparme a un café, escuchar música que me devolviera el alma. Hablar con alguien con quien podía ser yo misma sin filtros. En momentos de tristeza, en los días homesick, cuando todo me parecía demasiado, no eran las soluciones las que me calmaban, eran los intereses. Esas curiosidades que parecen chiquitas, pero que te anclan.
Por eso quiero decirle algo a mi hermana. Y a quien sea que esté en esa etapa confusa entre el final y el principio. Y también me lo quiero decir a mí misma, a la Sandra de 2019, a la de 2024, y a la que venga después.
No eres quien eras en el colegio.
Ni serás quien eres en la universidad.
No te cases con una sola versión de ti.
Reinvéntate.
Quédate con lo que más te gusta de ti y cultívalo.
Explora cada interés, aunque parezca bobo.
Si algo te hace sentir vivo, síguelo.
Eso es una luz, y tu trabajo es alimentarla para que brille más fuerte.
Ser curioso es un acto de resistencia. Tener pasiones, en lo que sea, en la cocina, la moda, el cine, el maquillaje, la historia, los animales, la política, lo que sea, es un regalo de Dios. Y nuestra responsabilidad es prestarle atención. En lo que amas, también te encontrarás.
Graduarse no es el final. Es apenas una pausa para tomar aire antes de lanzarte a lo desconocido. Y por más miedo que dé, hay algo bello en no saber. Lo importante es saber que llevas contigo una maleta que nadie más tiene: tu educación. Tus recuerdos. Tus ideas. Tus ganas. Nadie te las puede quitar.
Así que celebremos. Porque sí, hay que celebrar cada paso. Porque no todo el mundo llega. Porque costó. Porque dolió. Porque se soñó. Y porque, aunque todavía no sepamos exactamente hacia dónde vamos, sí sabemos de dónde venimos. Y eso, créeme, es más que suficiente para empezar.
such good advice y experience sharing para cuando otros se gradúen
Me pasa que cuando estoy siguiendo mis intereses así personales, por unos pocos minutos , son los minutos que me puedo olvidar de todo y estar en el momento sin las 1467 preocupaciones de la vida. Aunque sea corta es como un respiro que necesito para seguir dandole. Y lo que escribiste me recuerda a ese sentimiento .
También otra cosa es como tipo a la gente de nuestra edad es como todo estructurado, colegio 1-12, universidad 1-4 años y uno solo va dándole . Pero ahora es como mi vida y mi trayectoria depende de mí y solamente de mí que, cual es exciting pero también un poco abrumador.